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jueves, 3 de mayo de 2012

“Remilitares”… cuestión de honor.


Por: Luis Alonso Maldonado Galeas


General de brigada(r).
 
Las Fuerzas Armadas de Honduras nacen con la República, con el estado soberano, con la independencia, con las ideas liberales, con la primera Constitución, como baluarte de la institucionalidad, con un norte definido, con una misión trascendente; tan vigente como el estado de derecho y la democracia como forma de vida.




No son poder fáctico, constituyen un factor estabilizante del poder nacional, son expresión del pueblo con rango constitucional, su apoliticidad no acepta las imposiciones o aviesas pretensiones que violenten la ley, son obedientes, pero no están obligadas a obedecer órdenes ilegítimas, no son deliberantes ante la misión, la autoridad constituida y las órdenes legales; no obstante a lo interno se analiza, se estudia, se recomienda y se decide, sobre los asuntos que atenten contra la seguridad de Honduras en el ámbito de la política, la estrategia y la defensa nacional.



Siendo un poder del Estado, las Fuerzas Armadas actualmente no extrañan los protagonismos que en algunos desafortunados capítulos de la historia patria debilitaron la democracia; no interesa recuperar ese “poder” para pretender influenciar en las decisiones políticas a favor. Si es de interés nacional recuperar las capacidades para defender la soberanía, para garantizar la integridad territorial para que prevalezca el imperio de la Constitución amenazada por recientes y potenciales violadores, además para contribuir a la seguridad interior apoyando eventualmente a las instituciones de seguridad pública.



En nuestro país es urgente acelerar un proceso de fortalecimiento institucional para garantizar su seguridad integral; conviene un abordaje paralelo, uniforme, coordinado, con objetivos convergentes; sin pretender desnaturalizar la identidad, mística, filosofía, doctrina y valores que les son propios a cada entidad. Al respecto las Fuerzas Armadas son dueñas de un contenido axiológico que destaca su carácter, su moralidad, su vocación de servicio y su credibilidad.



Nada le es ajeno al respecto, nada le hace falta por imitar; y, jamás darán media vuelta para cambiar el rumbo y abandonar la misión de proteger tierras, mares, y cielos; para dejar el estudio académico de las grandes apreciaciones geopolíticas y las grandes concepciones estratégicas, lo cual es propio y responsabilidad del profesional militar. El resto corresponde a otras respetables instituciones que a todo buen hondureño incluyendo los soldados interesa su solidez y profesionalización.



La aceptación y credibilidad de las Fuerzas Armadas ante la nación, se fundamenta en la reafirmación de su misión, sus avances en la educación de sus miembros, el ejercicio constante de sus principios y valores, su proyección humana. De ello hablan la Universidad de Defensa, el Programa para Niños y Jóvenes “Guardianes de la Patria”, la Dirección de Derecho Humanitario y Derechos Humanos, la Dirección para la Protección del Ambiente, las Operaciones de Paz, las Misiones de Solidaridad en Centroamérica por Desastres Naturales; el asumir roles de contrapeso en los desbalances de los poderes, motivados por abusos excesivos para servirse del poder, para continuar de facto en el mismo, atentando contra la democracia. Esto último en carencia de una sólida institucionalidad civil y en abundancia de una deficiente formación ciudadana y cultura política nacional. La reversión de esta tendencia modificará el rumbo de las actuaciones de los militares al respecto.



La civilidad es un concepto intrínseco de la democracia, a la cual los militares están sometidos consiente, legal y moralmente; no se objeta su alcance, mucho menos su facultad constitucional, al soldado le es igualmente noble tanto mandar como obedecer; esto último por cierto, más edificante.



¿Preparados los militares para misiones de seguridad pública o relacionada? Si, para cualquier misión, pueden faltar medios, pero sobra la voluntad y determinación para hacerlo. ¿Riesgos? Son inevitables, pero el soldado mide el riesgo solamente como condicionante situacional para cumplir la misión, nunca para soslayarla. Si la orden es simple como proteger a las personas en un autobús, la cumple sin preguntar por qué; tampoco se imagina que ello pudiese ser objeto de interpretaciones descabelladas o de perversas intenciones, como convertir soldados en policías o proponer un relevo institucional. Real o no… pretensión imposible.



Soldados y policías son hermanos en la historia, unos garantizan la vida del Estado, los otros la vida de sus habitantes, unos se mueven en los grandes espacios, los otros en los entornos cercanos al pueblo. Ambas labores son meritorias; avanzan hombro a hombro en sus respectivas rutas, apuntan a servir a la patria y se juntan ante la amenaza común para cumplir la misión. No se mezclan.



Aunque haya sido alguna vez expresado como un “negocio”, la prestación de un servicio dignificante a la nación de parte de las Fuerzas Armadas, al cumplir tareas de orden policial; debemos destacar que la valoración del deber, de la obediencia, de la misión, va más allá del significado de ese término peyorativo. Para el soldado servir es el punto culminante de su vocación, es la exaltación de su modesta investidura, es la manifestación plena de sus convicciones ciudadanas; adquirido todo ello, en los recintos acrisolados del honor, la lealtad y el sacrificio.



Pido prestado el concepto de que “las Fuerzas Armadas vivirán mientras viva la República”. Siempre seremos militares, sin dobleces, sin antifaces, sin mutaciones; remilitares si se quiere, si alguien lo duda, no solo por tener una digna membresía, sino porque serlo es orgullosamente una cuestión de honor.




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