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viernes, 1 de febrero de 2013

Estrategia Aérea.

Selección de Objetivos Buscando un Efecto

Col Phillip S. Meilinger, USAF

Los aviadores siempre han pensado que el aeroplano es un arma inherentemente estratégica. El poderío aéreo, operando en la tercera dimensión, puede ignorar la batalla táctica de superficie y operar directamente contra los centros de gravedad (COG) de una nación enemiga: los centros industriales, políticos, económicos y de población que permiten que un país funcione. Sin embargo, los teóricos del poderío aéreo han discrepado en cuanto a qué objetivos específicos se deben atacar o neutralizar para obtener los mejores resultados. Debemos entender las diferentes estrategias de selección de objetivos aéreos, porque éstos definen colectivamente los límites del pensamiento del poderío aéreo estratégico, y esclarecen la conexión entre el arma aérea y su rol en la guerra. Además, la comprensión de estos conceptos conduce a un dominio más equilibrado y flexible de la estrategia aérea y los factores que entran en su determinación.

Los sicólogos nos dicen que el evento más traumático en nuestra vida es el nacimiento. De ser así, el nacimiento del poderío aéreo fue doblemente traumático porque ocurrió conjuntamente con la Primera Guerra Mundial. Aquella guerra destruyó imperios, produjo dictaduras, causó la muerte de cuando menos 10 millones de personas y tuvo un efecto profundo en el manejo de la guerra. La pérdida de una generación de soldados europeos, así como más de cien mil americanos, convenció a los líderes estadounidenses que se debían alterar las tácticas y las estrategias. Por esta razón, las soluciones radicales recibieron mayor consideración de la que hubieran recibido normalmente. El poderío aéreo fue una de esas soluciones radicales.

Cuando un país desea ejercer influencia sobre otro, tiene varios instrumentos a su disposición—los “instrumentos de poder” militar, económico, político y sicológico. Dependiendo de los objetivos de un país, éste puede emplear esos instrumentos contra otro país. Por ejemplo, si el objetivo es expresar la desaprobación sobre el dictador en un país A que oprime a su pueblo, el país B puede imponer sanciones —usar el instrumento del poder económico— en un intento de modificar su pernicioso comportamiento. El país B también puede pedir a las Naciones Unidas que condene al dictador y vuelva la opinión mundial en su contra —uso de los instrumentos de poder político y sicológico. Obviamente, conforme las cosas se vuelven más serias, el instrumento militar se vuelve más prominente.

Estos instrumentos de poder se dirigen en contra de los COG del enemigo, que pueden ser los puntos fuertes de un país —tal vez la armada o la infraestructura industrial— aunque también pueden ser los puntos vulnerables. Se debe reconocer esta distinción. Al intentar doblegar a un enemigo a nuestra voluntad, atacarlo en su punto más fuerte no es siempre necesario ni deseable; más bien, deberíamos atacarlo en su punto más débil si eso puede causar su desplome. Así, el punto fuerte de un país puede ser su marina de guerra, sin embargo su punto débil puede al mismo tiempo ser la dependencia de las rutas marinas que le suministran alimentos y materias primas. En tal caso, un estratega puede desear evitar el punto fuerte del enemigo y atacar su punto débil. Esto es similar a una situación durante la Primera Guerra Mundial, cuando la flota alemana de superficie permaneció en su puerto por temor a la Real Marina Inglesa, mientras que los submarinos alemanes realizaban una campaña altamente efectiva contra los barcos mercantes británicos. Se puede agrupar a los COG genéricos de un país en las categorías de fuerzas militares, la economía y la voluntad popular (Tabla 1). En resumen, la estrategia consiste en emplear los instrumentos de poder contra los COG del enemigo.


Tabla 1
Instrumentos del Poder y
Centros de Gravedad Genéricos
Instrumentos de Poder COG Genéricos
• Militar • Poderío
• Económico • Economía
• Político • Voluntad
• Sicológico
Tradicionalmente, las fuerzas armadas han empleado el instrumento del poder militar para operar contra las fuerzas militares del enemigo (Fig. 1). Esto se debió, con razón, al hecho de que los otros COG dentro del país estaban protegidos y escudados por aquellas fuerzas militares. En consecuencia, la guerra se volvió una contienda entre las fuerzas armadas; los perdedores en la batalla exponían los COG de su país al vencedor. Generalmente, la destrucción u ocupación efectiva eran innecesarias: con el interior del país expuesto y vulnerable, el gobierno apelaba a la paz. Aunque las acciones de tierra también podían tener un efecto sobre la economía o la voluntad del enemigo —representado en la Figura 1 por las flechas más delgadas— tales consecuencias eran usualmente indirectas y a menudo no planeadas. Poca sorpresa causa entonces que los teóricos militares a través del tiempo consideraran al ejército enemigo como el COG principal, porque al caer el ejército también caía la resistencia.1 Sin embargo, tal como se observó, la Primera Guerra Mundial demostró que tales contiendas de desgaste se habían vuelto demasiado sangrientas —para ambas partes— para servir como un instrumento racional de política. Los soldados buscaron una solución, pero los marinos y los aviadores tomaron enfoques totalmente diferentes.


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 La Noción de la Nación-Estado
La clave de toda guerra es el factor amorfo y no cuantificable conocido como “la voluntad nacional”. Ocupa el lugar central en el esquema porque es el aspecto más crucial de un país en guerra. En esencia, la guerra es sicológica. Por lo tanto, en el sentido más amplio la voluntad nacional es siempre el COG clave—cuando “el país” decide que la guerra está perdida, entonces y sólo entonces estará verdaderamente perdida. Sin embargo, esto dice realmente muy poco. El desafío obvio para el estratega es determinar cómo destruir, o al menos debilitar, esa voluntad colectiva. Como es un agregado de muchos factores diferentes y no tiene forma física, atacar directamente la voluntad nacional es raramente posible. Más bien, se debe apuntar a las manifestaciones de esa voluntad. En sentido general esas manifestaciones pueden calificarse de “capacidad militar”.

La capacidad militar es la suma de los atributos físicos del poder: tierra, recursos naturales, población, dinero, industria, gobierno, fuerzas armadas, redes de transporte y comunicaciones, etcétera. Cuando se han disipado o destruido estas cosas —cuando no queda capacidad efectiva con la cual pelear— entonces la voluntad nacional se desvanece o deja de tener importancia. Por eso, en el esquema que se presenta aquí, la capacidad militar está estrechamente ligada a la voluntad nacional. Igualmente, debido a que la capacidad militar está en el centro de la existencia de una nación y es la suma del poder físico total de un país, resulta sumamente difícil destruirla por completo. La clave está en perforar selectivamente esta fuerte coraza de capacidad militar en uno o varios lugares, exponiendo el núcleo vulnerable. A través de estas aberturas se puede perforar, punzar, dar forma e influenciar la voluntad nacional. En la mayoría de los casos la voluntad se desploma bajo tanta presión antes de que se agote la capacidad.

Los nodos que rodean el núcleo central son los COG de facto que se pueden seleccionar como objetivos. Tal como se indicó anteriormente, en el pasado las fuerzas armadas y el territorio enemigo eran por lo general los focos de las operaciones porque eran los más accesibles. A menudo, si se derrotaba al ejército o si se invadía una provincia estratégicamente situada, seguiría un acuerdo negociado. Las nuevas capacidades ofrecieron nuevas oportunidades. La historia de la estrategia aérea es una historia de selección de objetivos—que intenta descubrir qué COG es el más importante en un lugar, en un tiempo y en una situación dada. Aunque los teóricos aéreos podrían coincidir en que el poderío aéreo es intrínsecamente estratégico, generalmente han discrepado—enérgicamente—en qué objetivos son los más apropiados para lograr los objetivos estratégicos. Lo que sigue a continuación es un resumen de las distintas clases de teoría de selección de objetivos del poderío aéreo.

El general Giulio Douhet creía que la población era el objetivo principal de un ataque aéreo y que el ciudadano promedio, especialmente el habitante urbano, se asustaría ante un ataque aéreo.3 La limitada experiencia de la Primera Guerra Mundial parecía apoyar ese argumento. Douhet por lo tanto, estaba convencido que si se lanzaba una combinación de bombas incendiarias, químicas y altamente explosivas sobre las principales ciudades de un país se causaría tal trastorno y devastación que la revuelta y la rendición subsecuente serían inevitables. Aunque sus predicciones relativas a la fragilidad de los centros vitales de un país y la debilidad de la resolución de una población demostraron ser totalmente erróneas durante la Segunda Guerra Mundial, su premisa básica ha tenido una aceptación perdurable.

Afortunadamente, las contrapartes estadounidense y británica de Douhet vieron en el poderío aéreo la esperanza de seleccionar como blancos cosas en lugar de personas. La doctrina aérea de los Estados Unidos y Gran Bretaña durante los años entre las guerras se concentró en la infraestructura industrial del enemigo, no en su población. Según esta perspectiva, el estado moderno dependía de la producción masiva de productos militares —barcos, aeronaves, camiones, piezas de artillería, municiones, uniformes, etcétera. Además, los productos esenciales como electricidad, acero, productos químicos y el petróleo fueron también blancos militares y de gran importancia ya que eran los pilares esenciales para la fabricación de otros productos militares necesarios para sostener un esfuerzo bélico.

En Estados Unidos, las ideas del brigadier general Billy Mitchell influenciaron fuertemente a la Air Corps Tactical School, cuyos profesores perfeccionaron una doctrina que escogía los cuellos de botella industriales; aquellas fábricas o funciones que eran esenciales para la operación efectiva del sistema global.4 Este concepto de “red industrial” imaginaba un país enemigo como un sistema integrado y de apoyo mutuo, pero que cómo una casa de naipes era susceptible de destrucción repentina. Si se atacaba o neutralizaba el cuello de botella correcto, todo el edificio industrial se derrumbaría.5 Fue esta la doctrina que las Fuerzas Aéreas del Ejército llevaron a la Segunda Guerra Mundial.

La Real Fuerza Aérea (RAF), dirigida por el mariscal del aire Hugh Trenchard, adoptó un enfoque ligeramente diferente. Trenchard había sido testigo de la reacción extrema de la población y sus líderes políticos ante los ataques aéreos alemanes en Gran Bretaña durante 1917 y 1918 —después de todo, esos ataques dieron lugar a la creación de la RAF. Sostenía, como lo hizo Douhet, que los efectos sicológicos del bombardeo sobrepasaban los efectos físicos. A diferencia del general italiano, Trenchard no creía que atacar directamente a las personas era la estrategia correcta para producir el trauma sicológico.6 Tal política era moral y militarmente cuestionable. En cambio, propugnó algo similar a la estrategia de la Air Corps Tactical School: la infraestructura industrial de un país era el blanco adecuado. Según su razonamiento la interrupción de la vida normal —pérdida de empleos, sueldos, servicios, transportes y bienes— sería tan profunda que la gente exigiría la paz. En resumen, mientras que los estadounidenses deseaban bombardear la industria para destruir su capacidad, Trenchard y la RAF buscaban bombardear la industria para destruir la voluntad nacional.

Otro oficial de la RAF, el comandante de grupo John C. Slessor, abordó las complejidades de la teoría aérea entre las guerras.7 Sostuvo que las líneas de abastecimientos y de comunicaciones del ejército enemigo eran el COG clave, y que si se interrumpía y neutralizaba el sistema de transporte del enemigo, su ejército no sólo sería incapaz de ofrecer resistencia efectiva sino que también el país entero quedaría paralizado y vulnerable. Esta parálisis, a su vez, tendría un efecto decisivo en la capacidad y la voluntad de la nación enemiga. En esencia, Slessor proponía la interdicción aérea al nivel estratégico y operacional. Por esta razón, la RAF presionó justamente por tal campaña aérea contra Alemania en 1944. El “plan de transporte”, como se le llamó, realmente demostró ser exitoso al asegurar el éxito de los desembarcos en Normandía restringiendo drásticamente el flujo de refuerzos alemanes al área de ocupación. Además, la destrucción generalizada del sistema ferroviario alemán en Europa Occidental tuvo efectos devastadores sobre el esfuerzo bélico total, tal como Slessor lo había predicho.

 El Coronel Phillip S. Meilinger (Academia de la USAF; Maestría, University of Colorado; Doctorado, University of Michigan) es profesor de estrategia del US Naval War College en Newport, Rhode Island. Entre 1991 y 1995, sirvió como decano de la School of Advanced Airpower Studies en Maxwell AFB, Alabama. Como piloto de comando, ha volado aviones C-130 y HC-130 tanto en Europa como en el Pacífico, y entre 1989 y 1991 sirvió en el Estado Mayor del Aire en el Pentágono. Es autor de Hoyt S. Vandenberg: La Vida de un General (Hoyt S. Vandenberg: The Life of a General) (Indiana University Press, 1989) y de 10 Propuestas sobre Poderío Aéreo (10 Propositions Regarding Airpower) (Programa de Museos e Historia de la Fuerza Aérea, 1995); ambas obras se encuentran en la lista de lectura profesional obligatoria del comando conjunto de la Fuerza Aérea. También es editor y coautor de Las Rutas del Cielo: La Evolución de la Teoría del Poderío Aéreo (The Paths of Heaven: The Evolution of Airpower Theory) (Air University Press, 1997) y ha publicado numerosos artículos sobre teoría, historia y empleo del poderío aéreo. El Coronel Meilinger es graduado de la Escuela de Oficiales de Escuadrón, de la Universidad del Comando y Estado Mayor Aéreo, y de la Universidad de la Defensa Nacional de los EE.UU.

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