Sacrificio es un acto de abnegación inspirado por la vehemencia de un ideal o de un afecto. La noción de sacrificio es la más alta realización de lo que significa deber de servir. Sacrificio significa la conducta requerida por nuestro sentido de obligación, cumplimiento del deber, justicia o moralidad que debe ser inherente al concepto de oficial de un ejército o fuerza armada.
Servicio a nuestra Patria, a nuestros ciudadanos, a nuestros superiores y subordinados. Es así que todas las órdenes y tareas asignadas, deben ser ejecutadas sin importar los riesgos personales o la inconformidad. Sacrificio por tanto, requiere dedicación inmensurable, aceptación de la responsabilidad, obediencia y convicción de entregar, en cualquier momento, nuestra vida en defensa de la Patria.
Esta debe ser la más sublime realización de un patriota en uniforme militar. Jamás puede aspirarse a algo menos. Así lo expresó nuestro héroe Francisco Morazán, como estadista y soldado, al asumir el mando de la nación en su discurso inaugural, en Guatemala, el 16 de septiembre de 1830: “Una ciega obediencia a las leyes que he jurado, rectas intenciones para buscar el bien general, y el sacrificio de mi vida para conservarlo, es lo único que puedo ofrecer en obsequio de tan deseado fin”.
Sacrificio significa dedicación y devoción al deber, la ardiente aplicación de las facultades propias al completo y eficiente cumplimiento de la tarea asignada; significa la ejecución correcta y en tiempo del trabajo, sin importar los contratiempos, obstáculos y las largas y penosas horas que pueda tomar, significa que el trabajo está por sobre nuestros problemas personales, función social y diversiones.
Es en el ejercicio de este acto abnegado que los hombres demuestran su autodisciplina y se elevan por sobre sus contemporáneos. Todos los próceres y héroes que nuestra patria exalta, lograron sus méritos debido a su abnegado sacrificio, renunciación a todos los honores, ya que la Patria debe servirse con diligencia, cualidad que un soldado nunca debe dudar en aceptar y cumplir.
De las innumerables decisiones que el servicio militar demanda en cada oficial, la más importante es determinar cuándo dar o no dar el paso extra para cumplir más de lo que normalmente se le requiere. Si él elige este camino, seguro que recibirá una satisfacción espiritual en el sentido del cumplimiento del deber; y una recompensa en reconocimiento a sus méritos. Esto marcará el desarrollo triunfante de su carrera.
El sello de un buen oficial debe ser su iniciativa en la búsqueda por cumplir sus tareas con responsabilidad. Por otro lado, el Código de Honor debe requerir la aceptación de la responsabilidad por todo lo que se hace o deja de hacer, así como, por lo que sus subordinados hagan o dejen de hacer. En el caso de fallas personales, nunca deben presentarse excusas; y en el evento de que sus subordinados fallen, nunca debe transferirse la culpa a estos.
Se debe comprender que las decisiones rutinarias a veces pueden ser más difíciles que las tomadas bajo la presión del combate. Esto lo confirma el hecho de que a menudo las decisiones tomadas en el desarrollo de las actividades normales, con las cuales pueden concurrir contradicciones, pueden dar origen a las disputas, criticas o la impopularidad. Sin embargo, cuando lo correcto de estas decisiones se compruebe, estas recibirán el justo mérito. Un oficial nunca debe vacilar en la ejecución de un deber por temor a su reputación personal. Basado en la razón, fe, su buen juicio, criterio, y confianza en su habilidad profesional, el oficial debe dar muestra de su valor moral para tomar esas difíciles decisiones y sopesar los riesgos calculados. Esta es la cuna de donde deben emerger los verdaderos líderes que nuestra Patria necesita.
El coraje físico es manifiestamente un precepto básico del carácter de un oficial. Inherente en el cumplimiento del deber está el axioma de que un oficial, a cualquier nivel de mando, toma las acciones que la misión demanda. En combate, esto puede implicar el exponerse al fuego enemigo; fuera del campo de batalla implica la exposición a otros peligros. Aunque es tradicional en las Fuerzas Armadas que un oficial no demande de sus hombres una misión que él no esté en capacidad de cumplir, el sacrificio no implica poner en riesgo su vida innecesariamente, no se espera ser temerario o tomar riesgos personales innecesarios o de sus hombres. Como líder, de él se espera que esté en todo momento en posición de controlar su unidad y tomar cualesquier acción necesaria para asegurar el logro de la misión asignada.
El 11 de septiembre de 1839, en la batalla de San Salvador, Morazán como patriota nos da el más grande ejemplo de hasta dónde el sacrificio de un soldado puede llegar en cumplimiento del deber. Agobiado por las traiciones y acciones de insurrectos del estado de El Salvador, estos a fin de presionarlo, toman como rehén a su familia y lo conminan a deponer las armas y entregarse. Esta fue su respuesta: “Los rehenes que mis enemigos tienen en su poder son para mí muy sagrados y hablan vehementemente a mi corazón; pero soy Jefe del Estado y mi deber es atacar; pasaré sobre los cadáveres de mis hijos; haré escarmentar a mis enemigos, y no sobreviré un solo instante más a tan escandaloso atentado”.
Los comentarios procedentes han bosquejado los principios cardinales de la trilogía de las Fuerzas Armadas señalados en nuestra ley constitutiva. La profesión militar en Honduras está instituida para mantener el orden interno y resguardar el honor y la soberanía nacional, por tanto, cada miembro de nuestra institución: oficiales, suboficiales, cadetes, clases, técnicos y soldados, deben amoldar su vida a estos preceptos e ideales, en orden de corresponder a la confianza y el respeto que nuestro pueblo nos tiene. Esto es, consecuente con aquel principio básico: “Ser un soldado que responda a los valores, el honor y el cariño de su patria”.
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