Por el General(r) y abogado Wilfredo Sánchez V.
Se cumplen cuarenta y cuatro años de aquel funesto acontecimiento agresivo que sufrimos en julio de mil novecientos sesenta y nueve, y las causas aún perviven como permanente elemento de fricciones que niegan el espíritu de unidad federal cuyo ideal nos heredó nuestro general Morazán, sobre todo de nuestros vecinos salvadoreños a quienes tanto estimó. La negativa a reconocer nuestro derecho innegociable en el Océano Pacífico tiene las mismas características de aquel nefasto episodio, no deseamos que tenga el mismo desenlace, pero no lo rehuimos. Algunos presidentes han habido que no han querido ni que se hable de aquel episodio, aquellos campos de occidente y del sur quedaron regados de sangre de muchos héroes que cayeron en defensa de nuestra tierra. Y esos presidentes no querían “incomodar” con estos recuerdos a sus amigos presidentes de aquel país, El Salvador. Su amistad estaba por encima de la sangre de los hijos de esta su Patria, aún ahora no se recuerda el día de aquellas batallas, conmemoran a la OEA por el “alto al fuego” en ese día. Para recordar aquella epopeya, traemos aquí una página de mi libro Ticante, los preparativos de aquella batalla.
A lo largo de cinco kilómetros a las orillas de la quebrada Las Minas del Jutal, desde San Rafael, al pie del cerro de El Cipresal, hasta Polcho, en la margen derecha del río Lempa, y a dos kilómetros de distancia de la frontera, una línea de tiradores constituye la defensa de la frontera en el Teatro de Operaciones de Ocotepeque, dos compañías constituidas por una mezcolanza de tropas de Copán, Ocotepeque, Santa Bárbara, personal de Caminos, policías del Cuerpo Especial de Seguridad, y algunos voluntarios rebosantes de patriotismo, nada de adiestramiento, mal armados con fusiles Remington, Edyston, Máuser, Springfield, New Hausen, Johnson, Garand y carabinas, algunos fusiles de carga simple (un solo tiro) calibre 11 y 7 milímetros, los apoyos eran dados por ametralladoras Browning, Madsen calibres siete y treinta, Bredas, Lewis, lanza cohetes tres punto cinco, fusiles sin retroceso cincuenta y siete milímetros, morteros sesenta y ochenta y un milímetros, armamento de origen norteamericano, belga, noruego, francés, italiano, inglés, rusos, con calibres siete, treinta, treinta punto seis, treinta de carabina, once, siete sesenta y dos rusos, todos desechos de la primera y segunda guerras mundiales, para enfrentarnos a dos brigadas más, dos batallones independientes con moderno armamento automático alemán y carros blindados y artillería, ciento cinco norteamericanos de los salvadoreños, pero allí estábamos trescientos hombres, entre tropas permanentes y voluntarios, algunas tropas entrenadas para operaciones de seguridad interna, otras puramente reclutas que nunca han disparado un fisil, con insuficiente munición de hacía treinta o cincuenta años. En la línea habían soldados barbilampiños con sus ojos vidriosos viendo fijamente hacia el frente, hacia la frontera, asiendo su fusil fuertemente, asustadizos al más leve ruido.
En las aldeas y caseríos, muchos campesinos se resistían aún a abandonar su lar. ¿Adónde van a ir, si aquí lo tienen todo? -razonan ellos- muchos ya se fueron al interior del país, o a la vecina Guatemala, a Esquipulas, gran parte de familias, tanto de aquí como del otro lado (de El Salvador), están en gran dilema que los anonada: ellos son de aquí y de allá, familias de doble nacionalidad, el hombre es de Honduras, su mujer salvadoreña, sus hijos igual, indistintamente nacidos aquí, registrados allá, o viceversa, de acuerdo a la voluntad de quién domina en la familia.
En el pequeño valle, las tropas, diligentes, mejoran sus posiciones de combate, se intercambian la poca herramienta disponible que han logrado conseguir en las vecindades, muchos soldados de una misma unidad tienen la oportunidad de conocerse hasta hoy, pues provienen algunos de los departamentos de Santa Bárbara, otros de Copán y Ocotepeque, pero en vez de mantenerlos como unidades integradas, según como han convivido en sus fases de formación y origen, para que mantengan un poco de moral y orgullo, y que a la vez les insufle confianza, se han improvisado nuevas unidades con nuevos mandos, dos unidades empeñadas en la línea de cobertura son todas las fuerzas, sin profundidad, sin reservas, sin posiciones secundarias o alternas, pero a pulso de valor, a pulso de honor, aquellos catrachos deambulaban haciendo lo mejor en sus fosos, amontonando piedras, sacando y escondiendo la tierra, mimetizando sus posiciones de combate, estando a su favor la ignorancia de la criminal incompetencia de sus mandos, ignorantes de la criminal negligencia del Estado Mayor que no supervisó los medios, ni los mandos, no los planes.
El tiempo tiende su manto de resignación a la desidia humana y en aquel vallecito un puñado de valientes prepararon la línea del honor, para garantizarle a nuestro pendón que tremole libre y respetado, como testigo el imponente Merendón, los que hemos jurado defenderlo, aunque caigamos cobijados por sus benditos pliegues, aquí estamos, presentes con el acero en las manos.
Al día siguiente como a las cuatro treinta de la mañana, un ronco rugir en nuestro cielo se escucha en ruta de norte a sur, allí van Walter, Mejía, Aguirre y Rivera con un mensaje a los agresores. Momentos después escuchamos el retumbar de las bombas allá a lo profundo, como un quejido de la tierra, los ataques de nuestros aguiluchos responde a la agresión salvadoreña del día anterior sobre Tegucigalpa, Copán, Olancho y Ocotepeque.
A las cinco de la mañana, empezó el bombardeo de obuses ciento cinco sobre nuestras líneas y la ciudad de Ocotepeque, la batalla ha comenzado, ha comenzado el examen del soldado…
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